lunes, 21 de junio de 2010

Regresiones

No sé en qué momento el chip incorporado en nuestro cerebro cambia de niño a adolescente, o peor aún, de adolescente a adulto. No sé en qué momento decidimos cambiar los juguetes por sustancias prohibidas, y después esas sustancias prohibidas por pensamientos prohibidos. Lo que sí sé, es que si pudiera elegir, elegiría “resetear” el chip a mi niñez.

Tengo que aclarar que no sería por miedo a las responsabilidades de hoy ni mucho menos, tampoco sería por un vago sentimiento de nostalgia que me ataca constantemente en los días difíciles, y definitivamente tampoco sería por la mala suerte en el amor. Sería por la necesidad de creer siempre en la amistad, los superhéroes, la magia, la fidelidad, los sueños, la verdad.

Y no es que un adulto no pueda creer en todo lo que nombré, pero sí dudan más. No es lo mismo escaparse al patio trasero de tu casa con tu muñeco favorito para jugar a la invasión, que escaparse con el posible amor de la noche y dejar a un amigo olvidado, o escaparse con la pareja de un conocido a jugar al escondite americano (o infernal).

Aún recuerdo jugar con mi hermano a la tienda de campaña en la sala de nuestra casa, imaginando osos por doquier, fantasmas por espantar y risas por atrapar. También recuerdo aquel robot que por falta de un mejor inglés creíamos que decía: “Farlen-Ilama”. No puedo comparar esas dichas con las de hoy en día, pero creo que si tengo derecho a añorarlas.

Hoy, me debato entre letras y desamores , entre despertadores y camisas de vestir, y no es que no me guste, pero no es sencillo. Y tampoco es que quiera las cosas sencillas, pero también sería bueno un descanso de vez en cuando, no rendirse, retirarse.

Tengo que aceptar que ese descanso llegó disfrazado primero de un primo, y después de sobrino. Dos niños que entretuvieron y entretienen tanto a mi niño interior, que vivo en constante regresión a mi niñez, y por lo tanto, más feliz.

No dudaría en cambiar una noche de cacería por un maratón de Thomas y sus amigos, o por ponerme la capa Jedi y aventurarme a través de un control remoto en un mundo desconocido pero divertido. No dudaría ni dudaré seguir siendo yo mismo.

De la mano de las caricaturas, los comics, las películas, los video juegos, etc, he podido mantener un estrecho lazo con esa inocencia que lejos de apartarme del dolor, me aleja de encasillar a la felicidad en una persona o meta.

Pero ¿Qué sería de ese estilo de vida sin compañeros igual de “inocentes”?, la respuesta es sencilla: NADA. Es por eso que hoy, valoro aun más todo lo que mis padres y mis juguetes me enseñaron: la lealtad. Lealtad a uno mismo, y para con los seres queridos.

A veces somos piratas, otras jugadores de fútbol, en ocasiones somos un plomero rescatando a una princesa, otras un dios griego desatando su furia, y muy de vez en cuando somos un vigilante nocturno que lucha por la justicia. Lo rescatable de cada situación, es que sin importar el personaje que seamos, no necesitamos ningún tipo de máscara.

Gracias “Farlen-Ilama”, gracias Dani, gracias Mathi, gracias Pillos, gracias Pulga, por nunca darse por vencido.

No hay comentarios: